viernes, octubre 26, 2007

DEBORAH COMO INTERFACE

Artistas y críticos de distintos continentes se reunieron en ocasión de la 7ª. Bienal de La Habana para reflexionar sobre el tema de la comunicación. Numerosas obras postularon diversas aproximaciones al problema de las cercanías y las distancias de un nosotros colectivo, y lo que me pareció más interesante el de un nosotros individual, el de uno consigo mismo. Se trata de un tema que presupone siempre un espacio mediador entre un emisor y un receptor, y la trayectoria de un mensaje desde un aquí y un allá. Esos espacios y esas trayectorias parecen estar ocupadas ―cada vez más― por los medios y las nuevas tecnologías.
La obra de Deborah Nofret, participante en una de las exposiciones colaterales más importantes de la Bienal situada en el edificio de la Casa de la Cultura de Plaza, no era ajena al problema planteado. Allí desplegó sus 140 piezas integradas en un mural de 18 metros cuadrados, todas realizadas con impresiones en láser. Impactaban al espectador las múltiples evocaciones de realidades mezcladas por el sabio efecto de la manipulación. Con esta pieza cerraba un ciclo expositivo de presentaciones habaneras ―muy fructífero― durante el año 2000 con sus muestras individuales: Ciberpinturas y Ciberidentidades y su participación en el Segundo Salón de Arte Digital del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau.
Sin embargo, aunque Deborah había mantenido un rasgo común en todas sus obras con el uso de los medios computarizados como instrumentos esenciales en el proceso de creación, el mural presentado en ocasión de la Bienal introducía novedades importantes en relación con piezas anteriores vistas en el circuito habanero. En aquellas la fotografía había sido un soporte fundamental para establecer el diálogo interactivo con la realidad y los medios técnicos automatizados. Por otra parte, el uso de su cuerpo como referente fotográfico le suministraba a las piezas además de un dato de auto- referencialidad , otras posibles implicaciones genéricas.
En su mural titulado "Preferencias prestadas", empleaba otras modalidades del arte digital en las cuales la propia artista actuaba como interface de un sistema de conexiones múltiples, empleado como método de interacción y comunicación a escala del ciberespacio virtual de los sistemas automatizados. En cada pieza, y entre todas ellas, se estructuraban realidades-aparenciales con códigos de alta sensorialidad visual.
Una experiencia plástica de este tipo se introducía de manera orgánica en las preocupaciones temáticas de La Bienal con una propuesta basada en el uso de recursos no tradicionales. El montaje que estructura las composiciones provocaba sueños de futuridad por la mutabilidad de lo real y los efectos combinatorios superpuestos cargados de un profundo simbolismo. El título despeja todas las incógnitas. El préstamo estaba en la base de las preferencias: el llevar de un lugar a otro, el traslado inusitado. Pensado in extenso, susceptibles transferencia de versiones gráficas e icónicas procedentes de diferentes sitios visitados a través de Internet. La autora, como huésped informático en la telaraña de esas múltiples conexiones, se apropia y restituye fragmentos de archivos en el intenso tráfico de las redes globales de información para componer e integrar un discurso de infinitas sugerencias comunicativas.
El uso de programas gráficos y los comandos del teclado hacen posible todo ese despliegue de posibilidades visuales en las que vibra una suerte de pulcritud electrónica con un uso muy enigmático de la luz y el color. La capacidad inusitada de la gama de tonalidades, brillos y texturas se combinan en una libertad que estimula profundamente los sentidos. El relato visual de las 140 piezas incluida en este mural "Preferencias prestadas", introduce un elemento de sumo interés en el carácter "pictórico" de las superficies que hacían a los espectadores detenerse en busca de satisfacer inquietudes o encontrar respuestas a sus propias indagaciones.
Se trata de un arte al que no se puede ser indiferente. Que impone con su nueva visualidad, un observador avisado. Que distancia la obra de los procedimientos aceptados por el tiempo y la tradición, para abrirse hacia las dimensiones de lo inusitado en la empresa infinita que significa el mundo de la ínter navegación. Es sin duda una alternativa y una posibilidad. En esta obra Deborah actúa como una interface para explorar el ámbito de las interconexiones. Logra en ese sentido enlaces semánticos de gran interés. Se diría que imágenes híbridas donde se atraen y se repelen las similitudes y las diferencias. Ese es quizás el aporte mayor de esta experiencia de navegación Web que no está exenta de posibles naufragios.
Con originalidad y dominio técnico la artista sortea los peligros de esta aventura. En esta fecha, creíamos los más imaginativos que los platillos voladores sustituirían los automóviles y que el espacio sideral habría sido ya conquistado y el turismo instaurado para viajar a Júpiter o a Marte. Al inicio de un nuevo milenio vale contentarse con el espacio cibernético, lugar imaginario en el que coexisten los hombres y las computadoras. El arte no escapa a esa metáfora de fantasía. Es precisamente de esa comunidad electrónica de la que se sirve Deborah para imprimirle a lo que hace un sello de contemporaneidad. Pero su obra es más que eso, porque la artista usa sus herramientas en función del desafío y transita por esas nuevas avenidas buscando la comunicación necesaria entre lo individual y lo colectivo, entre los hombres y las culturas .

Yolanda Wood. Enero 2001.